Un
buen entrenador sabe lo que necesita su muchacho después de una agotadora
práctica o de un encuentro serio, aunque este mismo lo ignorara. Y su deber es ofrecerse
a ayudarle a obtenerlo. En estos casos, siempre lo lograban en los vestuarios. Este
era un hombre de experiencia y maña enfrentado a un joven gañan que ignoraba lo
grande que podía ser el mundo, aún el del placer. Todavía sonríe recordando
cuando el masaje que le daba cerca de las pelotas se volvió más íntimo y el
campeón jadeó que a él sólo le gustaban las hembras, pero temblando bajo sus
manos, respondiendo inconsciente al roce de sus labios. Tocarle fue excitarle, calentarle
fue escucharle gemir, olvidada su heterosexualidad mientras lo abría, llenaba y
cabalgaba con fuerza, con bríos, como merecía todo chico lleno de vitalidad,
que podía con eso y con mucho más, llevándole hacia la relajación total.
Sonriendo el macho ante lo que sabe que de ahora en adelante esa será la nueva
rutina diaria.
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