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martes, 3 de octubre de 2017

PRIMOS CALIENTES


Llegado de la gran ciudad, el primo era pretencioso, pero en una visita al río, viéndole el entrepiernas, notó que como a todos, en todas partes, también le gustaba lo picante. Y se lo enseñó, tieso; lo que ya les enseñara a sus amigos, a dos maestro y al nuevo joven cura que se bebió hasta la última gota de sus pecados en el confesionario. Le hacía gracia recordar cómo era al llegar, necio, arrogante, bastante idiota sonriéndole a todas las chicas que le preguntaban cosas de la capital, y como es ahora. Y aunque de día seguía siendo el mismo, el chico nuevo el cual a todas gustaba, de noche, cuando compartían cuarto y cama como ocurre en toda visita de primos en todas partes, se le lanzaba a meterle mano para tocar lo que ansiaba. Toda pretensión acabada cuando de rodillas saboreaba su verdad. La que su primito le ensañara y él aprendiera, como siempre pasaba con ese parentesco: fuera de toda fachada, tenía un huequito en su vida que se sentía muy triste y que necesitaba ser llenado con dicha, fuerte y con todo vigor. Y mientras más dura y caliente estuviera, mucho mejor.

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