¿Qué puede
hacer un hombre vigoroso y sensual que vive caliente cuando su mujer está a
punto de parir, de mal humor y con mal dormir? Se quema, tiene que desahogarse,
¿cómo ayudarse? Tal vez sentándose en la sala, en medio de la noche, a ver
porno en una portátil para cascársela con ganas. Lo que tal vez no fuera tan
malo de no ser porque su joven cuñado duerme en el sofá mientras les visita. Había
sido incómodo al principio, necesitado de su mano, con el chico al lado; ya no.
Pronto supo, como siempre saben los hombres eso, que el putico le miraba
disimulado, admirando y tal vez soñando con su enorme y duro instrumento. ¿Qué se
supone que hiciera si cuando iba a cascársela, este fingía moverse en el sofá y
le enseñaba las nalgas? No era su culpa, el deseo lo ahogaba, tenía que meterle
mano, hacerle tocar, oler, tragar y luego llenarle la vida, mientras rugía y se
estremecía, mientras se desahogaba en sus entrañas. Trabajarlo y trabajarlo, diciéndole
cosas, mareándole, guiándole, manipulándole como el macho que era hasta que el
chico terminara gritando “si, si, llena mi concha caliente, papi”, que es lo único
que siempre quiere escuchar un hombre de sus nenas.
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