Comienza
así, probándose las cosas que su damita guarda en su gaveta, sintiéndose atrevido
y sexy ante ella, riendo algo nervioso metiéndose en las elásticas y sedosas prendas.
Pero luego quiere usarlas al estar sólo, las más chicas y putonas.
Aprisionando, acariciando, rozando, con los ojos, extraviado, sobre sus juguetes.
Y
luego ya no se sueña nada más que con eso; sabiendo que tiene un trasero
grande, las prendas son cada vez más chicas y el deseo de mostrar es cada vez
mayor, de cerrar los ojos y meter una mano y acariciar, rozar, imaginando que
ha personas que le miran, que le llaman ratica, que le piden que se meta un
dedo.
Para
luego necesitar atender en serio ese fuego interno. Iniciaba como juego, luego
era un secreto y culposo placer que se volvía urgente deseo, la de caer en
cuatro patas queriendo que sus amigos y conocidos miraran, que rieran pero que
admiraran. Que tocaran. Que le dijeran qué necesitaba y que ellos se lo darían.
Que muchas manos…
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