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miércoles, 18 de mayo de 2016

DE NADADORES Y CHORREADAS


Usar esos ajustados bañadores los ponía cachondos, chicos al fin y al cabo, y saber del que usaba el guapo y acuerpado entrenador lo hacía todo peor. Saber que al hombre le gustaba usar el suyo en su oficina, sentirse aprisionado con la elástica tela que se amoldaba a su anatomía. Que eso lo encendía. Muchos habían llegado y lo habían encontrado armado, levantando la tela sintética, casi queriendo escapar por el borde como para alcanzar a un chico y caer sobre él. Por eso va, desnudo, lisito y púber, a hablarle de las virtudes de los desahogos a media tarde, de las muchas que les ha dado a otros carajos, amigos, profesores y colegas de su padre. ¿Y quién se resiste a eso? ¿Quién no querría a un chico así, de rodillas, sonrisa pícara, tragándose todas las presiones del día? El hombre, sonriendo, meciendo sus caderas, descarga todas sus abundantes y cálidas tensiones, y lo mejor es que ahora sabe a dónde ir y a quién buscar para repetir.

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