Atrevido
y osado, como cada mañana en cuanto el esposo sale, el vecino entra para gozar
de las mieles de una mujer casada e insatisfecha que pelea con su marido. Pero
le encuentra es a él, ebrio, malhumorado y deprimido. Ella se ha ido a casa de
sus padres. Está tan mal que no escucha sus excusas para entrar; ese hombre
guapo y grande, lloriqueante, sólo quiere hablar, que alguien le escuchen
quejarse. Fue cuando el vecino pensó en irse, pero… la mujer decía que él no
podía satisfacerla, ¿por qué si se veía tan bien? El gusanito de la duda le
atormentaba ya que… ¡quería follar! Entró para penetrar, para coger. Soñó con
llegar, sacarla y usarla para llenar huecos y gozarlo. Ahora la mujer no
estaba, pero… Malintencionado le escucha, sentados uno al lado del otro. Le
consuela, le dice que todo mejorará, y le toca, lo soba. Eso confunde al otro,
le asusta, pero no puede alejarse, no sintiendo el toque, la caricia, oyéndole
que todo estará bien porque es guapo y sexy, un calienta braguetas, que cualquiera
querría meterle mano. Eso asustaba aún más al marido, pero también le excitaba
escuchar hablar así de su cuerpo. No podía alejarse, no mucho cuando le tocó
más íntimamente, buscando besarle.
Uno
pensaba que tenía que parar, llamar a su esposa y contentarse; el otro en que
quería follar, tan sólo eso. Era la hora de la carne dura y palpitante. Aunque,
se decía, también, que le haría un favor distrayéndole un rato. Y cuando lo ayudó
más, teniéndolo bien montado y clavado, gritando, agitándose, refregándose de
su pelvis, entendió la dimensión del auxilio que le prestó: ahora ese guapo tío
se conocía mejor, lo que en verdad quería, especialmente si estaban duras. Pero,
hombre al fin, es egoísta mientras empuja y saca, sólo piensa en sí mismo: si
lograba que el ahora entusiasta tipo, que le saltaba encima prácticamente, llegara
a algún tipo de acuerdo con su mujer, tendría a dos para joder.
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