El
hombre murciélago se estremece, su voz baja y ronca se deja escuchar en cortos
gemidos, sintiéndose expuesto y vulnerable en manos del atractivo macho que
hace responder su cuerpo tan fácilmente. Quiere detenerle, pero… No está en
control. Él, que ha combatido terribles villanos, y a Superman, se encuentra
sometido por ese guapo macho, por la fuerza de sus manos, el calor de su
miembro, del cual no se cansa de comer, oyéndole reír mientras le dice que no
sabía que tenía entre las piernas el dulce que gustaba al héroe. Eso era
peligroso, por su reputación pero… Grita cuan putita caliente cuando siente que
el otro lo abre, allí entiende que le hacía falta. Nada puede hacer como no sea
gritar y jadear cuando el monstruoso instrumento llena y recorre con fuerza sus
cálidos y húmedos vacíos; esas sensaciones, aún de molestia a la entrada, le
recuerdan que sigue siendo humano. Le mira sobre un hombro, le oye gruñir y
reír diciendo que le espantará los murciélagos de la cueva; nota que disfruta
como todo macho tomando a otro, y de sus
gemidos y cara cuando lo llena. Aumentando el agarre de las manos, unas que él
podría vencer fácilmente en otro momento, en ese instante le parece
intoxicante, mientras sofocado bajo el peso de su masculinidad le sirve de
consuelo después del susto de atraco recién vivido. Si, tal vez debía “ofrecer”
esa atención, en el futuro, a más chicos cuando les rescatara. Sonríe al oírle,
“Ahhh!, joder, ya quiero chorrearte la máscara”.
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