Hay
algo en la horda que habría que estudiar en detalle. Aquel equipo de jóvenes
gañanes amantes del futbol, todos héteros, gritan y se desatan cuando llegan a
los vestuarios, después de haberse retirado previamente (alguien olvido la
cartera, otra vez, e iban por cervezas), y pillan al coach todo enrojecido,
dándose mano sabroso, echado en el piso y rodeado de todos los suspensorios
usados esa tarde, oliendo varios a un tiempo, entre eróticos ronroneos y ojos cerrados.
Eso desató una llama salvaje y primitiva en esos tíos llenos de adrenalina, y
decidieron apagarla dándole duro. Y, sin embargo, hay que reconocer que los
entrenadores lo son porque algo inspiran, es así como uno que otro, picado de
curiosidad (¿cómo es que es la cosa?), termina probando… o bañándose en la
nueva experiencia, preguntándose qué pasará en la próxima entrega. Porque de
que las habrá, las habrá. La temporada apenas comienza.
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