No era
un chico con sentimientos y personalidad, era tan sólo un caliente pedazo de
carne a usar que conoce por casualidad; uno que debía dejar de quejarse y
procurar hacerlo cada vez mejor sobre ese camastro que chilla y ruge feo
mientras sus padres en la sala se imaginan, con justa razón, lo peor. Para eso
estaba ese idiota en el mundo, ¿verdad? “Joder, apúrate, ya quiero que me
chorrees la tanga”, ruge mirándole sobre un hombro, impaciente con el empollón
ese que no termina de metérsele.
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