Mientras
grita y se estremece de puro gozo, el italianito caliente se felicita una vez
más. Sólo tiene que sonreír en la piscina, con su hilo dental, y ofrecerse a
mostrarle la línea del bronceado a algún chico guapo y lleno de testosteronas,
para que este, en cuanto la vea, aunque dijera que eso no le gustaba ni atraía,
aunque le intrigaba, se entregara a darle con todo. Del resto se encargaba él,
con haladas y apretada, para que entendiera que era bueno, a veces, tener a
manos un apretado trasero.
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