Desertar
era un delito grave, pero el infierno en Fallujah les había hecho huir, a
Davis, su mejor amigo, y a él; viéndose separados cuando les perseguían. Le
capturaron y lo sentenciaron a esa prisión. Allí el cruel carcelero le dijo que
su destino sería ser entrenado en nuevos oficios y ser devuelto el frente,
“para que les sirvas de perra a tu ex amigos”. Gritó e insultó, amenazó, dijo
que no le doblegarían, fue cuando vio que llevaban a Davis, el catire
mujeriego, halado entre dos soldados rumbo a una de las sesiones de donde
saldría convertido en reina de las tropas. “Esto te pasará”, le aseguró el
vigilante, y aunque se dijo que nunca ocurriría, viendo a Davis tan entregado y
emocionado, de una manera excitante, se calentó y asustó. Más cuando ese sujeto,
sonriendo, se le acercó y le dijo: “A tu amigo, después del entrenamiento, se
le ofreció la oportunidad de delatarte y que se le dejara libre. Te delató…
pero no se quiere ir por nada del mundo. Cuando terminemos contigo, tampoco
querrás”.
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