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lunes, 13 de agosto de 2018

FAENA LENTA



Lo trabajó poco a poco, como hacía con las reparaciones de las casas, como hacía con el dueño de aquella. A quien le haría lo que le hizo a su cuñado. El gran machote que se burlaba, antiguamente, del masculino hermano gay de su hembra; “mucho pelo y tan marica”, le había escuchado una vez. Y lo trabajó por eso, desde que el vago ese, sin empleo, terminó a su lado, ayudándole. Aunque, para ser sinceros, había algo sucio en la idea de hacérselo al marido de Josefa, el papá de sus amadas sobrinas. No le llevó mucho, a decir verdad, en esas casas, apartamentos y cuartos solitarios en convertirle en dos agujeros dispuestos a recibir a su macho, sus embestidas, sus cargas calientes. Mierda, pensando más tarde, entendió que el maricón ese había nacido para eso, para perra, una que gemía y chillaba cuando se la enterraba. Lo que no importaba, este nunca dejaría a su hermana ni buscaría otros tipos, de eso se encargaría él dejándole siempre satisfecho. Sonríe al verle estremecerse, al pedir más, lloriqueando por atenciones, recordando lo que antes fue. Y mientras lo taladra a media mañana, mira hacia la puerta cerrada. Sabe que el dueño de la casa, el arrogante joven gerente de banco, en cuanto su mujer salía se acercaba sigiloso para escuchar lo que le hacía al cuñado. Volviendo cada vez por más (le atendía dos o tres veces por jornada, si andaba con ganas). Sonríe aún más; seguro que el señor importante esperaba su turno para servirle con humilde y apasionada entrega también.

El otro ya sabe su lugar en la relación, en la vida, su propósito; así, para excitar, tentar y facilitar las cosas, nunca sale de casa sin sus más atrevidos suspensorios. Tomen notas, chicos. Que ellos sepan qué necesitan y ofrecen.

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