Dios,
le gustaba tanto usar eso, tan minúsculo, tan sucio, tan erótico. Encerrado en
el baño, lejos de las miradas, daba rienda suelta a su “nena traviesa” interna.
Esa que, bien lo sabe, jamás tendrá el valor de dejarla ver. Lo más que llega
es salir lejos de su barriada, en un ajustado jean, e inclinarse por algo, dejando
ver a los hombres cercanos las tiritas del encanto; para alejarse en seguida,
rojo de cachete, seguido por las miradas de carajos asombrados, divertidos
algunos, como intentando contactarle otros. Caliente bajo las ropas, la tirita presionándole
sabroso.
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